Labrada sintió a lo largo de toda su vida especial predilección por el paisaje, género en el que, como se aprecia en esta obra, destacó por su refinado lirismo y por un admirable dominio de la luz y del color. Como en otras muchas pinturas de este periodo, en este caso representa la vista que se aprecia a través de una ventana vidriada, en la que aparecen un camino, un río atravesado por un puente, una población y un castillo sobre un cerro, todos ellos distribuídos armónicamente en la composición. El paisaje denota una melancolía intimista, un dibujo preciso y un minucioso detallismo inspirado en la pintura de los primitivos flamencos.

El escudo de la vidriera situada en la parte superior corresponde a los Mendoza, en alusión al segundo apellido paterno del pintor. En él figura la siguiente inscripción: “Laus Deo Matriti 1930”. La composición de la vidriera recuerda a la de El joven de la cadena dorada de 1929, mientras que el castillo y el puente que se sitúan a la izquierda de la representación, recursos habituales en su producción de este periodo, se asemejan a los que aparecen en el retrato de Antonia, de 1928.

La obra se expuso en la Bienal de Venecia de 1930 y en la Casa Witcomb de Buenos Aires en 1932. Perteneció a la Colección Banesto y fue adquirida por la Fundación María Cristina Masaveu Peterson en la galería Jorge Juan de Madrid en abril de 2018.